Tuesday, April 3, 2012

EL VERDADERO HOMBRE: La Antropología en la Encíclica Fides et Ratio



 
¿QUIÉN ES EL HOMBRE?


Bucas Grande, Surigao del Norte, Philippines
Se suele definir el hombre como el animal racional. La definición tiene su verdad pero me parece limitada o carece de algo. La definición no abarca la verdadera naturaleza o la totalidad del ser humano. Aristóteles definió el hombre como “el único ser vivo que tiene palabra.”[1] Aquí quiso subrayar que el ser humano no sólo tiene razón, la que distingue esencialmente de las otras criaturas especialmente de los animales, sino que el hombre es también un ser o animal capaz de hablar o que tiene lenguaje. Aunque el lenguaje es una indicación de la racionalidad, lo que el sabio griego quiso fue hacer hincapié en este fenómeno propio de lo humano. No todos los hombres  pueden hablar. El lenguaje humano, expresión de su pensamiento, es producto de diversos factores: racionalidad, influencia social (significa que el hombre es un ser social) y mucho más. Ernst Cassirer va más lejos cuando opina que no basta  la racionalidad para expresar lo específico del hombre porque con el término “razón” no se abarca toda la riqueza de la vida cultural del hombre.[2] Entonces la racionalidad habla de una cierta verdad sobre el ser humano pero no agota su naturaleza. Podemos decir entonces que el hombre es un animal racional y mucho más.


Si la racionalidad no define totalmente la naturaleza o esencia del hombre, entonces ¿quién es verdaderamente el hombre? Aristóteles sostuvo que “todos los hombres por naturaleza desean saber.”[3] El saber es una característica propia del hombre. El ser humano es el único animal que es capaz de llegar a conocer los primeros principios y las últimas causas de las cosas. Aristóteles definió la sabiduría como ciencia acerca de ciertos principios y causas.[4] ¿Basta el saber para definir el hombre (como animal sabio)?  Igual que la racionalidad dice algo verdadero sobre el hombre pero el saber no engloba su totalidad. Hay muchos hombres que saben mucho pero no viven como verdaderos hombres. Muchos dedican toda su vida en la persecución o búsqueda de la sabiduría pero terminan sin nada y decepcionados.  Muchos se consideran como sabios pero tienen una vida triste e desperdiciada. 



LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO 


Hundred Islands, Pangasinan, Philippines
Todos los hombres buscan por el sentido de la vida- la verdad de su existencia. Así que Albert Camus define el hombre como un animal que quiere sentido. El hombre no está contento con el mero vivir en el mundo. Sabe que se distingue de  los otros seres animales por el modo de vivir. Vivir para él es buscar el sentido de la vida. No basta para el hombre el mero conocer las cosas, sino quiere saber más allá de la realidad, su sentido, su última razón. Así lo afirma también Juan Pablo II: “El hombre cuanto más conoce la realidad y el mundo tanto mejor se conoce a sí mismo como ser único en su género, y al mismo tiempo cada vez más se pone ante él la pregunta acerca del sentido de la realidad y de su propia existencia. Todo lo que se presenta como objeto de nuestro conocimiento se convierte por ello en parte de nuestra vida.”[5] El hombre parece estar inquieto y esta inquietud se refleja en sus preguntas básicas: ¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí? ¿De dónde vengo y a dónde voy?     ¿Qué me puede ofrecer la vida?  ¿Por qué existe el mal? ¿Qué he hacer para que tenga una vida plena? ¿Por qué hay muerte? ¿Qué hay después de la muerte?  Estas preguntas manifiestan la inquietud del hombre de toda la historia. Como dice Juan Pablo II: “Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad de sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre: de la respuesta que se dé a tales preguntas, en efecto, depende la orientación que se dé a la existencia.[6]  


Al afrontar este asunto, el hombre descubre su propia peculiaridad. Ha sido consciente que pertenece al mundo natural, pero tiene también una aspiración más allá  de este. El hombre es la única criatura terrena que puede conocer a sí mismo, que es autoconsciente. Es el único que es capaz de preguntarse: ¿Quién soy yo? El Papa lo elabora más: “La exhortación ‘Conócete a ti mismo’ estaba esculpida sobre el dintel del templo de Delfos, para testimoniar una verdad fundamental que debe ser asumida como la regla mínima por todo hombre deseoso de distinguirse, en medio de toda la creación, calificándose como “hombre” precisamente en cuanto ‘conocedor de sí mismo.’”[7]
 

Marabut Marine Park, Samar, Philippines
 ¿Cómo conoce el hombre a sí mismo? A lo largo de la historia, el hombre califica a sí mismo como animal racional, animal político, animal social y muchas más. Pero todas estas definiciones no totalmente capturan la verdadera naturaleza del hombre. Son más bien atribuciones. Pero hay también atribuciones peyorativas del hombre, calificándole como una bestia más astuta por ejemplo. El hombre sigue siendo un misterio. Como dice José Ángel García Cuadrado: “A pesar del empeño por conocerse más a sí mismo, el hombre sigue siendo en gran medida un misterio para el hombre.”[8] Y añade: “A lo largo de la historia el hombre ha ido ampliando los conocimientos sobre sí mismo, pero la respuesta la pregunta sobre a su ser más profundo será siempre parcial, aunque no por ello menos verdadera. En la indagación del hombre sobre sí mismo habrá aspectos de oscuridad y de «misterio».”[9] ¿Es esta búsqueda entonces del sentido vana? ¿Nunca jamás el hombre conseguirá a conocer a sí mismo?


El hombre sólo por sí mismo no es capaz de conocer verdaderamente a sí mismo. Necesita ayuda para este esfuerzo. Como dicen Arregui y Choza: “Interrogar por el sentido de la propia existencia implica romper su inmediatez, distanciarse de ella, considerarla como una totalidad con la que el sujeto no se identifica  absolutamente. Preguntar por el sentido de la vida, implica relativizarla, superándola. Sólo un ser que no se agota en ser lo que es, puede cuestionarse a sí mismo.”[10] El Papa habla también de la dificultad de la búsqueda sin una base firme y ayuda sobrenatural; como razona: “Es necesario reconocer que no siempre la búsqueda de la verdad se presenta con esa trasparencia ni de manera consecuente. El límite originario de la razón y la inconstancia del corazón oscurecen a menudo y desvían la búsqueda personal. Otros intereses de diverso orden pueden condicionar la verdad.”[11] Por eso, necesita una ayuda sobrenatural. Como el mismo Papa lo reconoce: “En definitiva, el hombre con la razón alcanza la verdad, porque iluminado por la fe descubre el sentido profundo de cada cosa y, en particular, de la propia existencia.”[12]


EL VERDADERO HOMBRE


Sombrero Island, Masbate, Philippines
¿Quién es el hombre? ¿Por qué busca el sentido? Lo que realmente define el ser humano y lo que da sentido a su propia existencia es la Verdad.  La racionalidad no significa nada si no tiene la Verdad como su objeto. El saber es una búsqueda inútil si no tiene la Verdad como su fin. El Beato Juan Pablo II, en la encíclica Fides et Ratio, asevera que “el hombre busca un absoluto que sea capaz de dar respuesta y sentido a toda su búsqueda. Algo que sea último y fundamento de todo lo demás.”[13] Así el Papa define el hombre como ser que busca la verdad.[14] El hombre es incomprensible sin la verdad. El hombre está dotado de racionalidad porque tiene que buscar la verdad. El hombre se encuentra en un camino de búsqueda, humanamente interminable: búsqueda de verdad y búsqueda de una persona de quien fiarse.[15] El ser humano es la única criatura de la tierra que es capaz de saber porque es el único privilegiado en cuya naturaleza el deseo de verdad está imprimido. Por naturaleza, el hombre es buscador de la verdad. La sed de verdad está tan radicada en el corazón del hombre que tener que prescindir de ella comprometería la existencia.[16] Entonces el hombre sólo se puede conocer desde la verdad. Siempre es la verdad la que influencia su existencia; en efecto, él nunca podría fundar la propia vida sobre la duda, la incertidumbre o la mentira.[17] La Verdad es el origen, el fin y la perfección del hombre.


Esta Verdad, sin embargo, no se encuentra en el hombre mismo. El hombre no puede ser la Verdad ni el origen de la verdad. Para actuar como la verdad o pretender como el origen de la verdad, el ser humano engaña a sí mismo. Está consciente de su finitud, de su contingencia, de sus errores cometidos, de su imperfección. La verdad no puede estar en él. Aunque sí, la verdad está implantada ya en el ser humano pero esto no significa que tiene o es la Verdad, sino hay una huella de verdad en su corazón. Tiene que buscar la verdad fuera de él. Su búsqueda (de la verdad) tiende hacia una verdad ulterior que pueda explicar el sentido de la vida; por eso es una búsqueda que no puede encontrar solución si no es en el absoluto.[18] Para conocer la verdad, debe tener los medios apropiados para hacerlo. Por eso está dotado de  inteligencia y voluntad para conocer la verdad. Gracias a la capacidad de pensamiento, el hombre puede encontrar y reconocer esta verdad.[19] El hombre se distingue de otras criaturas terrenas con estas facultades pero estas facultades se le dan para que busque y encuentre  la verdad, su verdad. Por eso decimos que el hombre no es sólo un ser racional. La racionalidad no significa nada si no tiene objeto. Ser ser racional no tiene sentido si estas facultades de racionalidad no se usan para nada. Las facultades de entendimiento y voluntad tienen su respectivo objeto de verdad  y bien. Si no busca  y no adquiere estos objetos, tendría una vida inútil y sin sentido.


LA VOCACION SOBRENATURAL DEL HOMBRE


El Nido, Palawan, Philippines
Sin embargo, el Beato Juan Pablo insiste que “la perfección no está en la mera adquisición del conocimiento abstracto de la verdad, sino que consiste también en una relación viva de entrega y fidelidad.”[20] Esto significa que la verdad no es un mero concepto abstracto. La verdad no es simplemente una idea estéril de perfección absoluta o felicidad eterna.  La verdad es una Persona, un Ser personal. La Verdad es Dios mismo. Como creado en la imagen y semejanza de esa Verdad, el hombre es también un ser personal, una persona. La verdad del hombre consiste entonces en su configuración con la Verdad a través de una relación personal. Esta verdad se revela en nosotros en Jesucristo. Jesucristo es la Verdad del hombre en cuya imagen fue creado el hombre. Por eso el Segundo Concilio Vaticano lo afirma claramente: Jesucristo muestra el hombre al hombre.[21]
 

En suma, el hombre sólo puede encontrar su verdad en el origen de su existencia. Sólo puede entender a sí mismo en la fuente de su ser. El verdadero hombre es aquél que busca la verdad y la encuentra en Jesucristo. Jesucristo, de cuya imagen fue creado el hombre, es la respuesta absoluta de  su búsqueda de sentido: “La palabra de Dios plantea el problema del sentido de la existencia y ofrece su respuesta orientado al hombre hacia Jesucristo, el Verbo de Dios, que realiza en plenitud la existencia humana.”[22] Entonces, el hombre sólo puede conocer a sí mismo cuando se configura con Él. El sentido de la vida humana sólo se puede entender desde el misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. “El misterio de la Encarnación será siempre el punto de referencia para comprender el enigma de la existencia humana, del mundo creado y de Dios mismo.”[23]
Blessed John Paul II
                                                              


[1] Aristóteles, Política, I, 2, 1253a, 10.
[2] Cfr. Francisco Conesa – Jaime Nubiola, Filosofía del Lenguaje, Herder, Barcelona 2002 ( 2ᵃ edición ), p.24.
[3] Aristóteles, Metafísica, I, 1.
[4] Ibid, I, 1, 982a.
[5] Juan Pablo II, Fides et Ratio, n. 1.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] José Ángel García Cuadrado, Antropología filosófica. Una introducción a la Filosofía del hombre, 5 ed., Eunsa, Pamplona, 2010, p. 22.
[9] Ibid.
[10] Jorge Vicente Arregui y Jacinto Choza, Filosofía del hombre. Una antropología de la intimidad, Rialp, Madrid, 1992, p. 459.
[11] Juan Pablo II, Fides et Ratio, n. 28.
[12] Fides et Ratio, n. 20.
[13] Juan Pablo II, Fides et Ratio, n. 27.
[14] Cfr. Ibid., nos. 28, 31 y 33.
[15] Ibid., n. 33
[16] Ibid., n. 29.
[17] Ibid., n. 28.
[18] Ibid, n. 33
[19] Ibid.
[20] Ibid., n. 32.
[21] Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 33.
[22] Fides et Ratio, n. 80.
[23] Fides et Ratio, n. 80.

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